El minúsculo soplo de vida en el reloj del universo
Uno espera vivir por siempre, pero la realidad es que nuestra existencia en el reloj del universo, es un minúsculo soplo de vida. Para nosotros los seres humanos es una eternidad el vivir muchos años y obviamente que para llegar a nuestra vejez, si la naturaleza son prodiga ese don, aspiramos arribar sin dificultad tanto en lo físico, mental, como en lo espiritual.
Cuando un amigo se ausenta por siempre de manera inesperada, cuestionas la razón de nuestra existencia, el agnóstico, el creyente ó el simple ser se siente aturdido cuando un amigo muy cercano se despide sin aviso alguno. Eso sentí hace poco cuando mi amigo Orlando nos dejó, a su edad no estaba programado que nos deje tan temprano, y menos él por ese espíritu de vida que nos transmitía a aquellos que lo conocimos de cerca, una vida por delante aun le faltaba por recorrer, pero nadie tiene esa bola de cristal ó esa alma de pitoniso para predecir su partida. Eso hace ambigua a la vida, nadie espera desenlaces prematuros y mucho menos si está en tu entorno cercano.
A él lo conocí desde mi niñez, fue mi compañero de aula desde que pisamos por primera vez la institución primaria “Túpac Amaru”, por aquella época no existía el kínder, ni el inicial, solo se conocía la sección de “transición”, desde allí nuestro primer maestro nos llevó de la mano para empezar articular nuestras primeras letras y cándidas frases de infancia, desde allí nos conocimos hasta llegar a la secundaría y culminarla, tenía un habilidad innata al arte del dibujo y las letras, por eso estudió serigrafía en Piura. Un buen día nos encontramos en Piura, yo ya me encontraba siguiendo mi carrera universitaria y estaba de paso por la ciudad, él con nuestro amigo en común se encontraban en plena tertulia en la plaza de armas y los invité a degustar unas ricos panes calientes con su chica morada en una panadería cercana a la plaza de armas, me causó gracia que a pesar de las carencias digno de todo muchacho aventurero, alegremente me comentaron que siempre venían a la plaza de armas a matar el tiempo y engañar sus necesidades. Me sentí identificado porque también tenía mis carencias y logramos matar nuestra penas con unos panecillos ricos de harina norteña.
Siempre que volvía a mi ciudad lo encontraba ó lo buscaba y era motivo suficiente para que la tertulia sea acompañada con un ceviche y unas cuantas cervezas, eran muy amenas estas reuniones, llenas de alegría donde la broma la chacota estaba en el ambiente. Mi memoria estará reservada para recordarlo como ese amigo alegre que se fue con una sonrisa, no le conocí tristeza alguna y es por eso que a pesar de que su ausencia se siente, quiero reponerme para pensar que él solo está de viaje y nosotros que compartimos sus alegrías aun lo seguimos esperando ó mejor dicho él está aguardando a que nuestro pequeño soplo de vida se disipe en cada uno de nosotros y él vuelva ser el anfitrión que siempre fue en el otro universo a donde llegaremos tarde o temprano.