lunes, 11 de junio de 2012

El triángulo del amor

Gracias al reencuentro, pude desempolvar de mi memoria esta hermosa anécdota que no esperé dejarla pasar y plasmarla con mi pluma.

El triángulo del amor

Este fin de semana ha sido muy intensa, sentimientos a granel por doquier. Este reencuentro te deja perplejo, anonadado. Amistades que por muchos años no las veías, hoy las vuelves a encontrar y te envuelves en un abrazo que quisieras que nunca se acabe. El tiempo es el culpable y un testigo fiel, son amistades reales y tu alma se llena de vida. Rios de lágrimas tengo en mi ser hoy, aun no puedo digerir tantas emociones en tan poco tiempo. Gracias por el 45 onomástico de mi colegio, ese colegio que lo llevo en mi corazón, que me enseñó amar a la ciencia, a la humanística, a crear grandes amistades y también grandes amores, y precisamente de uno de esos amores se trata esta historia.

Ella de menudo ser, pero de una inteligencia prodigiosa, era la más aplicada del salón, la de las notas de excelencia. Me enamoré de ella tal vez por su espíritu valiente, porque asumía los retos con entereza. La relación se intensificó más cuando estábamos fuera del colegio, éramos ya ex-Palletinos. Yo ingresé a seguir mi carrera de ingeniería y ella su profesión de enfermería. El respeto mutuo fue nuestra bandera, pero teníamos enormes dificultades para frecuentarnos, el correo electrónico no existía, el celular menos, solo el teléfono fijo era el fiel testigo de conversaciones efímeras. No teníamos los recursos para darnos el lujo de ir al cine, o disfrutar de un jugo y compartirnos, pero teníamos algo que sí lo dábamos de sobra, el sentimiento del amor.

Un buen día pactamos encontrarnos en nuestro parque preferido, a mirar los peces y sentarnos a conversar. Creo que me levanté con el pie derecho, caminando por el parque tuvimos la dicha providencial de encontrarnos un billete de nada menos diez soles. No teníamos la menor idea a quien le pertenecía porque a nuestro alrededor no había persona alguna, nos miramos y nuestra sonrisa se fue haciendo intensa, sentí leer su pensamiento y ella el mio, sentimos que Dios nos había regalado un pedacito de felicidad hecha dulce, porque lo primero que atinamos fue a recurrir a un modesto puesto de golosinas y me dejó que le comprara un gusto de mi parecer y ella hizo lo mismo, sin darnos cuenta coincidimos en nuestra elección, nos compramos un triángulo de chocolate para regalarnos. En ese momento sentí que Dios estaba con nosotros envolviéndonos de nuestro querer, fue el momento más mágico que pude sentir a su lado y que hoy al volverme a encontrar con ella recordamos aquella anécdota que nos hizo felices gracias al triángulo dulce del amor.