sábado, 8 de septiembre de 2012

Cristina, Lorenzo...y el silencio

Cristina, Lorenzo...y el silencio

Me transmitieron esta historia en una tertulia nocturna hace muchos años, durante un verano a la luz de una vela. Esta era una pareja de jóvenes que crecieron juntos, vivían en la misma calle, la calle de los afligidos le llamaban. Eran esos tiempos donde los padres decidían con quien sus hijos iban a comprometerse de por vida, tal vez por la afinidad de las familias ó por las amistades profesadas por años.

Después de muchos años se encontraron por esas casualidades de la vida. Ese lugar casual, fue el aeropuerto de Barajas en España. Él se encontraba de tránsito rumbo a Lisboa, era el mes de Febrero, el frio era intenso y no estaba acostumbrado a ese clima, se sentía solo en un país desconocido. A ella la había dejado el avión, su destino final era Lyon, había establecido su domicilio en esa ciudad italiana. Hacía doce años que se había casado con un italiano, tenía dos hermosos niños, él se había establecido en Lima, trabajaba en una multinacional y viajaba por el mundo dictando conferencias. Era un investigador muy reconocido en el ámbito de la inteligencia artificial. Lejos de sus orígenes se encontraron, se sentían raros, con gran respeto se saludaron, la cordialidad estaba a flor de piel, pero ambos sentían, aunque intentaban no demostrarlo, una gran atracción, se les notaba en sus ojos, por ese amor que no pudo ser.  Ambos habían tomado rumbos diferentes y nunca se habían encontrado hasta ese día. En su momento fueron la pareja de envidia, vivieron un romance en las playas del norte de su país, todo lo hacían juntos, a pesar del impedimento del padre de Lorenzo.

Lorenzo, recordó esos momentos que vivió en su adolescencia en su pueblito al norte de su país. En sus crisis nostálgicas, él decidía salir de la gran ciudad y refugiarse en su pequeño pueblo, donde el mar era su gran imán. Siempre había sido cautivado por los paisajes naturales originados por esos crepúsculos marinos.

Siempre supo robarle momentos al ocio para encontrarse con la naturaleza de su pueblo. En ese ir y devenir conoció a aquella flacucha en su dimensión natural, Cristina era su nombre. Se habían conocido desde muy temprana edad, pero no como aquel viaje donde empezó a admirarla por sus encantos y su espontaneidad. El recuerdo inicial que Lorenzo tenía de ella, era con uniforme escolar yendo al único colegio de mujeres de la ciudad. Su madre, con el tiempo se convirtió en su entrañable amiga. Una persona digna de admiración, Lorenzo recuerda que siempre la había conocido en su negocio de jugos y sándwich en el plaza principal de la ciudad, fueron los primeros y deliciosos jugos que probó en su niñez, por eso cuando viajaba a su ciudad se deleitaba con sus deliciosos jugos preparado con sus prodigiosas manos, el jugo de naranja era su predilección.

Con el correr de los años, los padres de Lorenzo optaron por enviarlo estudiar a la capital, según el parecer de sus padres, las oportunidades en su pueblo no eran las idóneas para formar a un hijo profesional. El siempre volvía en sus vacaciones a su ciudad, a recorrer las hermosas playas vírgenes y correr con amigos por la playa ó a divertirse, recibiendo la hermosa brisa marina. Siempre recordaba a sus amigos de infancia, estaban en su memoria al igual que los atardeceres hermosos viendo la caída del sol, de esos hermosos paisaje que se formaba en sus playas, cuanta añoranza para él. Hoy era un simple recuerdo, lejos y con frio pero cerca a quien pudo ser su sin par.

Cuando culminó sus estudios profesionales, Lorenzo viajaba con mayor frecuencia a su ciudad, se había independizado económicamente y le estaban sucediendo cosas muy maravillosas en su vida profesional. Un día llegó a su ciudad, y como siempre visitaba a sus queridos amigos, Don José Rosales, Koko Shales, los amigos del colegio primario y secundario. Allí se enteró que contaba con una nueva vecina, la Sra. de los jugos se había mudado muy cerca a su casa y ahora era su vecina, entonces allí empezó a cambiar el destino de su vida.

Fue entonces, que en una de las tertulias nocturnas con su amigo don José Rosales apareció ella, después de muchísimos años la veía, había cambiado mucho, ya no era la chica flacucha como la había conocido, había crecido y cuanto había crecido, Se saludaron y empezaron a cultivar una bonita amistad. Ella vivía en la capital del departamento, allí es donde estudiaba. Durante esa estadía se convirtieron en muy buenos amigos, solían dialogar por interminables horas, su madre se deleitaba de ellos porque sabía que se había creado una muy bonita amistad. Ella siempre ávida que le cuente de sus experiencias en la universidad donde Lorenzo había estudiado, de lo que hacía en la gran ciudad, qué era lo que pensaba para su futuro. Cristina se quedaba admirada por sus proyectos de vida, Lorenzo siempre tenía tema de conversación y cuando podía, la reprendía por algunas actitudes que en lo particular le desagradaban, ella se lo agradecía después. Así cultivaron una muy bonita amistad, desde esos días no pararon en hacer que el arte de la conversación sea el vínculo de una muy buena amistad. Siempre se buscaban, ya sea estando muy lejos, ella en el pueblito norteño y él en la gran ciudad, siempre buscaban la manera de encontrarse por el hilo telefónico, siempre había tema de conversación y cuando se volvían a encontrar en su pueblito, salían  caminar por las playas, contándose sus sueños, sus ilusiones, sus quereres, riéndose de muchos cosas jocosas, de sus anécdotas, pero siempre la recriminaba cuando ella hacía gala de su mofa, de sus críticas ácidas, de sus burlas, es allí cuando el silencio de ella era sepulcral porque Lorenzo arremetía con toda su batería de reprimendas, y jalada de orejas, al final terminaban pidiéndose disculpas y prometiéndose no volver a cometer esos mismos errores.

Así pasaron los años, cada vez que Lorenzo viajaba a su ciudad, hacía acto de presencia en su casa para buscarla, a veces su mamá le indicaba que estaba estudiando en la capital del Departamento y que tal vez el fin de semana llegaba a visitarla. Llegado el fin de semana aparecía siempre con su sonrisa a flor de piel y se enfrascaban nuevamente en una tertulia interminable, con sus bromas. Eran momentos de gran regocijo para ambos, claro, a veces eran presa de las envidias ajenas por su relación sincera, en lo particular, trataban de mantener un espíritu autista y no ser contaminados por las envidias y esos odios viscerales nacidos de la nada.

Por esos tiempos Lorenzo había ya comprometido su relación con una persona que estimaba por su candidez, por su simpleza, pero que lamentablemente no tuvo el carácter para tomar sus propias decisiones y ocurrió que la relación se desvaneció o mejor dicho desbarataron ladrillo por ladrillo lo poco que se había edificado, argumentando que no era merecedor de esa relación, pues la formación teológica de Lorenzo era incompatible a sus intereses ó prédica. Lorenzo Lamentó mucho ese rompimiento ajeno a su voluntad y se sintió culpable por muchos años de esa decisión tomada, creyó que debía cambiar o repensar sus acciones y sobre todo mirar a Dios con otros ojos, con los ojos que ellos se lo estaban imponiendo. Así pasaron los meses, Lorenzo sumido en una profunda depresión y melancolía añorando recuperar lo arrebatado, extrañando a su Aldonza Lorenzo, pero fue en vano, comprendió después, que fue el mejor favor que le hicieron, pensó que el amor no se dicta por religiones o creencias teológicas, eso nace, se alimenta de dos y se mantiene vivo si es sincero. En todo esos avatares, siempre estuvo presente Cristina, su amiga incondicional aportando su cuota de amistad, haciendo que la pena de Lorenzo se disipe, soportando sus berrinches por no querer aceptar la realidad. Lorenzo se sentía como un enfermo convaleciente a lado de su enfermera que atiende a su paciente en cuidado intensivos. Ella se tomó muy a pecho el papel de consejera espiritual, de doctora corazón.

Lorenzo Seguía viajando a su ciudad, ahora con mayor frecuencia, pues su abuelo, una persona de entrañable personalidad a quien había respetado por sobre todas las cosas, se encontraba muy enfermo víctima de una enfermedad incurable. La presencia de sus seres queridos que lo visitaban de vez en cuando, hacía amenguar su dolor. Se había comprometido visitarlo siempre que pudiese, sentía un gran regocijo conversar con él y a la vez una gran pena, saber que pronto iba a dejarlos, se enfrascaba en una conversa con él, viajaba al pasado familiar con él y se sentía muy orgulloso de llevar su apellido. Siempre lo admiró, un buen amigo que supo aconsejarlo y encaminarlo para ser lo que siempre quiso ser, un estudioso un intelectual. "Tu disciplina, tu responsabilidad como persona te llevará a lugares insospechados, siempre recuérdalo, si decidisteis estudiar para ser lo que eres, es porque tu destino estaba trazado, solamente te supimos orientar", eso siempre se lo repetía, se guardaban mucho respeto y orgullo. Después de su partida, Lorenzo lo extrañaría por siempre y en sus tertulias familiares solía comentar los diálogos con su abuelo, el abuelo Manuel.

Amores truncos, dolores familiares, amistades sinceras y otras cosas más, es parte de este libreto de vida que se escribe con el paso del tiempo. Lorenzo, en su ciudad vivió todo eso. Cristina su amiga, ahora la veía con mayor frecuencia, a pesar de todo ella seguía allí, con su risa, sus cuidados de enfermera por su paciente de cuidados intensivos. Solían visitar las pocitas, que era el lugar favorito de ambos, la punta y bañarse en la playa, compartir un delicioso ceviche en el restaurant de su tía que recién había inaugurado en el puerto, hacían muchas cosas en común, tal vez eso fue el origen de envidias. A veces la felicidad ajena causa envidias, no sé si esto sea parte de la condición humana, así pensaba Lorenzo, y él no creía tener ese gen y no quería ser contagiado.

Así pasó el tiempo, y resultó que esa amistad saltara un peldaño, Cupido visitó los corazones de Lorenzo y Cristina. Siempre volvían a visitar aquellos lugares favoritos, aquellas playas eran el único testigo a quien le confiaban sus sentimientos. A veces Lorenzo sentía un sentimiento de culpa al ver que Cristina descuidaba sus labores en casa y él hacía lo mismo, se habían vuelto dependientes el uno del otro, procuraban siempre robarle tiempo al ocio e iban a la playa, a las fiestas sociales que se organizaban y caminaban por doquier por el simple hecho de estar juntos haciéndose bromas ó enamorándose. Se entristecían cuando Lorenzo tenía que dejar su ciudad y volver a la gran ciudad a continuar laborando. Las despedidas eran muy tristes, intentaban no ser presa de la tristeza pero era imposible, en el bus de regreso a la gran ciudad, las lágrimas de Lorenzo eran sus compañeras de viaje, se imaginaba que ella se acompañaba en las noches con sus lágrimas. El hilo telefónico era el único lazo vivencial para amenguar sus nostalgias. Cuando el ocio volvía a visitar a Lorenzo, programaba nuevamente su pronto retorno, así sus alegrías volvían a su cauce emocional y dejaban de darle pena a la tristeza.

Después de estos encuentros Cristina tomó la decisión de ir a la gran ciudad y continuar sus estudios. Detrás de su decisión tal vez estaba en no volver a ser presa de las nostalgias originadas por sus ausencias, que por cierto ambos eran conscientes que se envolvían los dos en una profunda depresión. Sus sentimientos eran intensos y consideraron que era lo mejor estar cerca. En la gran ciudad tuvieron que crear ó inventar nuevas agendas para los fines de semana. Por un buen tiempo fue muy gratificante, sus sonrisas eran complementos y pensaban que iba ser así siempre. El tiempo pasó y nunca entendieron que sucedió con esa chispa inicial, se fue apagando, nunca discutieron, nunca se faltaron, pero los envolvió esa llama delirante y degradante, no supieron dar cuenta del estado en declive y fueron convirtiendo esa llama inicial en un nadismo sentimental. Ella volvió a su pueblo y Lorenzo se quedó en la gran ciudad, de vez en cuando se comunicaban y se contaban sus quehaceres pero en el fondo siempre guardaron una tristeza que no la supieron aflorar en palabras, sus miradas hacían entender esa tristeza oculta que llevaban, los días pasaron, los meses pasaron y algunos años pasaron. Cada cual trazó su rumbo y perdieron el contacto por años. Sus vidas continuaron por líneas diferentes. Lorenzo retomó su vocación de siempre, la que había cultivado con su amigo de infancia, empezó a vivir y crear mundos originados por esos prodigios de las plumas y se volvió a enamorar para siempre de Dulcinea del Toboso, personaje aquel creado por Cervantes y así confirmó su gran amor a la prosa de sus amigos los escritores, siempre los consideró amigos porque le hicieron vivir y le hicieron crear mundos ideales, consideraba, que era parte de la consecución del género humano. Así Lorenzo empezó a escribir algunas líneas tratando de plasmar en ella sus vivencias, sus sueños y evocar momentos sublimes donde Dulcinea - Cristina siempre estuvo con él.

Con el advenimiento de las nuevas tecnologías de información, Lorenzo empezó a experimentar que las distancias y los tiempos se acortaban. No imaginó encontrar y recuperar amistades olvidadas. En uno de esos viajes rutinarios por la autopista de las comunicaciones, logró conectarse con Cristina. Lorenzo se quedó sorprendido, pues sabía poco de ella. Cada vez que viajaba a su pueblo, siempre iba a saludar a la mamá de Cristina, trataba de no tocar el tema de su querida hija, pensaba que haciéndolo estaba trasgrediendo o trastocando un herida del pasado. Por eso sabía poco o casi nada de su destino. Esta vez el destino virtual hizo que se encontraran en el ciberespacio. Retomaron el hilo de la conversación, ella vivía lejos del país, de nuestro pueblo y él se había establecido en la gran ciudad. Se contaron sus vidas. Muchas de las tertulias virtuales sirvieron para retomar la amistad como fue en un principio, pero llegado el día - eso siempre lo pensó Lorenzo - iban a tocar el tema de su alejamiento. Fue muy triste para ellos tocar ese tema, tocaron fibras sentimentales, la tristeza los invadió como las veces en que se separaban cuando tenía que Lorenzo volver a la gran ciudad, intentaron encontrar la respuesta al porqué de su separación, ella se sentía culpable tal vez por haber tomado la decisión venir a la gran ciudad. Lorenzo conjeturó tal vez que fue por la sobreexposición juntos y ser presa del aburrimiento involuntario. Pusieron muchas conjeturas pero eso no iba a llegar a nada, sus vidas ya estaban trazadas y por más que encontrasen la respuesta no les iba a devolver los sentimiento idos. Lorenzo se acordó de esa historia de amor que García Márquez lo describió en su libro "El amor en los tiempos del Cólera" y la compartieron juntos. Simplemente el destino así lo quiso y hoy su amor quedó en silencio respetando sus espacios y respetando a su entorno.

Hoy solo queda en sus memorias, esa hermosa historia que pudo ser pero que quedó guardada en su mar norteño bajo el sol caliente junto a una posa natural de agua transparente, salada y tibia, donde un día Cristina fue Dulcinea y Lorenzo su Quijote.

Así fue...



"Todo depende del lugar
Que yo me fui. Eso esta claro
Pero tu recuerdo no se va
Siento tus labios en las noches de verano
Ahí están, cuidándome en mi soledad
Pero a veces me quieren matar "